QUE ES EL NACIONALISMO
Por Nicolás Carrizo
Conceptos previos:
“El hombre no tiene Patria, sino que pertenece a ella: no tiene patriotismo, sino que es patriota”.
La Patria es una comunidad natural, de carácter humano, que tiene por origen, como la Iglesia, el mismo Dios, y su finalidad es la obtención del Bien Común Terrenal, que, en sustancia, es la vida en la verdad que nos hace libres. La Iglesia, por su carácter divino, tiene por misión el bien común sobrenatural, esto es, la salvación de las almas. La Patria nos da vida mortal, la Iglesia, la vida espiritual y eterna.
El amor natural a la Patria es el Patriotismo. Mas este sentimiento no debe llevar al hombre a recluirse en sus fronteras para desde allí mirar con indiferencia la suerte los demás pueblos, sino por el contrario, es un sentimiento abierto en la caridad a la Humanidad. El Cristianismo no puede desinteresarse de la suerte de los otros pueblos, cuyo destino le afecta, le alegra o le entristece.
“La conciencia de una universal solidaridad fraterna, que la doctrina cristiana despierta y favorece, no se opone al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria… El Divino Maestro en persona dio ejemplo de esta manera de obrar, amado con especial amor a su tierra ya su patria y llorando tristemente a causa de la inminente ruina de la Ciudad Santa. Pero el amor a la propia Patria, que con razón debe ser fomentado, no debe impedir, no debe ser obstáculo al precepto cristiano de caridad universal…” (Pío XII – “Summi Pontificatus”).
El amor a la patria es una virtud que nos impone servicio y donación gratuita.
Veamos cuáles son los factores que componen esta comunidad natural que es la Patria, y que no es la simple suma de individuos que habitan en un determinado lugar geográfico:
1) En primer término se encuentra el factor psicológico (valor subjetivo) que puede ser individual o colectivo y variable en su nivel de cultura. Es el que hace que amemos el lugar donde hemos nacido, el barrio o el valle, el paisaje, el clima, las costumbres, el rincón de los recuerdos, las cosas, etc.; lo que ha recibido el nombre de “patria chica”, que estimula nuestras afecciones y enciende nostalgias de ausencia.
2) El segundo es el factor geográfico, que es también natural, más importante que el anterior y estrechamente unido al factor histórico del que ya trataremos. No se trata de un factor puramente físico, sino de todo un conjunto complejo de valores contenido en la naturaleza humana del hombre que habita en determinada región geográfica y que le da su individualidad material y espiritual. Nuestro indio, por ejemplo, es tan argentino como el criollo en cuyas venas puede correr una porción de sangre extranjera.
3) El tercero y más importante es el factor histórico (valor objetivo). Es el que hace que el sentimiento se constituya en conciencia de la misión trascendente del hombre, es decir, lo hace participar en la empresa común de construir el futuro partiendo del pasado, sacrificando no pocas veces su interés personal.
Una Patria, no se hace una vez para siempre, necesita del constante esfuerzo y sacrificio de sus hijos para preservar su ser y proyectarla hacia su destino histórico. Por eso es que el patriotismo, infundido por la caridad, es el elemento dinámico que hace marchar la historia.
“La Historia –dice Pániker- hace cristalizar el pasado en el presente del hombre y lo proyecta hacia su destino de acuerdo con las más profundas raíces de su ser”.
“Ahora bien, si la ley natural nos impone la obligación de amar especialmente y defender al país en que hemos nacido y en que hemos sido criados, hasta el punto de que todo buen ciudadano debe estar dispuesto a arrostrar incluso la misma suerte por su Patria, mucho mayor es la obligación de los cristianos de tener la misma disposición de ánimo con respecto a la Iglesia” (León XIII – Encíclica “Sapientiae Christianae”).
“Por lo demás –continúa León XIII-, si queremos tener un juicio exacto de la materia, el amor sobrenatural de la Iglesia, y el amor natural debido a la Patria son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, porque la causa y el autor de la Iglesia y de la Patria es el mismo Dios. De lo cual se sigue que no puede darse contradicción entre dos obligaciones…”
Quiere decir que el amor a la Iglesia es superior al amor a la Patria y esta supremacía no implica disminución ni contradicción en el orden de los amores, sino jerarquía de valores subordinación y unión.
Es el orden de valores que San Agustín enseñó: “Ama a tu prójimo; y más que a tu prójimo a tus padres; y más que a tus padres, a tu Patria; y más que a tu Patria, a Dios”.
¿Qué es el Nacionalismo?
En estos tiempos en que todo está revuelto en el mundo, desde las almas hasta las cosas –síntoma inequívoco del imperio de Satanás- la impropiedad en el lenguaje es la norma, cuya causa próxima es la confusión de las ideas y los falsos conceptos elaborados por las mentes oscurecidas y desviadas por las pasiones, el término “nacionalista” recibe las más variadas hasta opuestas interpretaciones. Unos lo sitúan en la izquierda y no vacilan en atribuirle parentesco con el Comunismo Internacional, llamándolo con el arbitrario mote de “socialismo nacional”; otros lo identifican con la extrema derecha, pasando por las más variados matices, llamándolo “nazi”, “totalitario”, “fascista”, también “reaccionario” en el sentido en que el marxismo le da a este vocablo. Otros hablan de nacionalismo “popular” para diferenciarlo del que se considera “oligárquico” o “elitista”.
Vivimos tiempos en que el subjetivismo y la opinión individual es el criterio de valor en todo, el sensualismo da el tono a la sociedad y su primogénito es el sentimentalismo. Vivimos la época de la idolatría del hombre. No importa que el ídolo se llame “democracia”, “ciencia”, “libertad”, “progreso”, “Estado”. En el fondo está el hombre que ha desplazado a Dios. Es una época de negación, como si la libertad se configurara en la rebeldía del NO a todo lo que no favorece la preferencia o interés individual.
Se niega la verdad absoluta. No se reconoce no se acata nada que esté fuera del individuo. No se acepta verdad alguna que no se entienda, ni se vea, ni se toque.
Cristo mismo, la suprema Verdad, es entendido según la infinita variedad de capacidades intelectuales. Asistimos a una quiebra generalizada de la Fe como virtud teologal. ¿Puede extrañar entonces que las palabras hayan perdido su sentido y su contenido dado que la Palabra que las sostiene y las nutre no rige ya? Las palabras “libertad”, “paz”, “democracia”, “patria”, “cultura” sin Cristo, han devenido en locura, como lo observó acertadamente Chesterton.
Así se explica que los activistas de izquierda o sus camaradas de ruta. Camuflados de patriotas, ataquen al verdadero nacionalismo porque es su enemigo. Lo que no resulta fácil explicar es el éxito que esa predica encuentra en personas que declaman su oposición al comunismo, que por desgracia, suman legiones de “idiotas útiles” como acertadamente las llamó Lenín.
¿Qué es el Nacionalismo? ¿Un Movimiento que pretende instaurar un nuevo orden social? ¿Un partido político con su filosofía propia y su programa de gobierno? ¿Será acaso la exacerbación viciosa del ‘patriotismo’? ¿O será tal vez la reacción natural del sentimiento nacional-natural herido por las conquistas liberal-marxistas que avasallan las patrias y esclavizan al hombre?
Los grandes movimientos nacionalistas de la historia del siglo XX nacidos en Francia, Italia, Alemania, España, Rumania, etc. no obstante las diferencias fundamentales entre varios de ellos, respondieron al último signo.
Para identificar al verdadero nacionalismo es necesario distinguir el ingrediente fundamental que lo define y lo sitúa entre las demás corrientes de idéntico rótulo y lo preserva de desvíos desnaturalizantes respecto de su misión y finalidad: la defensa de Dios, de la Patria y de su Pueblo.
La Patria tomada como comunidad natural fundada por el mismo Dios, según la definición de S.S. León XIII en su encíclica “Sapientiae Christianae”. Si bien la Patria es una institución de carácter humano, su origen no está en el hombre, y por lo tanto, no está para servir al hombre como último fin sino a su propio fundador. “… Porque la causa y el autor de la Iglesia y de la Patria es el mismo Dios”.
Aquellas doctrinas nacionalistas, que tienen (o tuvieron) por fin último la defensa del Estado o de la nación, desvinculados de la religión católica apostólica romana y cuyo origen podría remontarse a la época de los príncipes feudales que hicieron abandono de Roma, encontraron más tarde su pretendida justificación moral en el postulado hegeliano que sirvió de punto de partida a la doctrina marxista: “El Estado en si y por si, es la totalidad ética, la constitución de la libertad” (Hegel – “Filosofía del Derecho”). Este postulado, triunfante en los momentos del absolutismo del Estado por encima de la Nación, apoya su moral en los hombres sin Dios. De allí el término “totalitarismo” hoy tan de moda y en muchos casos tan impropiamente empleado. (En la actualidad del “totalitarismo” estatal hemos pasado al despotismo brutal del mercado).
Es muy importante tener presente que la Historia no es un proceso infinito como postula la concepción materialista. La historia es una creación de Dios y por lo tanto tiene principio y tendrá fin, y, en su fondo, es el cañamazo en el cual el hombre borda su salvación o condenación eterna. Por consiguiente, la Patria que es fundamentalmente historia, es medio natural y el estímulo espiritual necesario para que el hombre vaya al encuentro de Dios por la senda del sacrificio, de la negación de si mismo.
“El hombre necesita entregarse, salir de si mismo, vencer su egoísmo; necesita en una palabra perderse para encontrarse, negarse para llegar a ser” (Raimundo Pániker – “Patriotismo y Cristiandad”).
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, cargue con su cruz y sígame” (San Mateo – 6,24).
La Iglesia Católica ha reconocido la legitimidad del verdadero nacionalismo y apoya su lucha: “Todas las normas y cuidados que sirven para el desenvolvimiento prudente y ordenado de fuerzas y tendencias particulares y que tienen su raíz en las más recónditas entrañas de toda estirpe, si es que no se oponen a las obligaciones que sobrevienen a la humanidad por la unidad de origen y común destino, la Iglesia las aluda con júbilo y las acompaña con su materno pláceme” (Pío XII – “Summi Pontificatus”).
Y en las directivas dadas a los obispos católicos por S.S. León XIII contra la acción destructora de la Masonería, reclama la colaboración de los patriotas diciendo: “… Grande obra, sin duda, pero en ella será vuestro primer auxiliar y partícipe de vuestros trabajos el Clero, si os esforzáis porque salga bien disciplinado e instruido. Mas empresa tan santa e importante llama también su auxilio el celo industrioso de los laicos que juntando en unos el amor a la religión y en otros el amor a la Patria con su probidad y saber…” (“Humanus Genus”)
El verdadero nacionalista, como reacción contra la penetración disolvente de las doctrinas modernas que han culminado en el comunismo internacional y ahora al parecer en la “globalización” mundialista, llámese Liberalismo, Naturalismo, Panteísmo, Positivismo, Pragmatismo, Existencialismo, Progresismo, etc. lucha por la restauración de los valores espirituales en primer término. Quiere rescatar al hombre actual convertido en una nada colmada de vacío, y con él a la Patria, y ambos para Cristo. No espera el éxito porque no depende de él, sino de Dios.
“Combate por la justicia hasta la muerte, porque Dios peleará por ti contra tus enemigos, y los arrodillará” (“Eclesiástico 4,33).
No es una reacción que se encierra en las fronteras de la Nación, para desde allí mirar con indiferencia la suerte de los otros países. Su alma tensa está inflamada de Caridad, apoyándose en las particularidades nacionales que lejos de disolver sus caracteres en su proyección universal, se afirman y glorifican al particular de la verdad de su misión histórica.
“La conciencia de una universal solidaridad fraterna, que la doctrina cristiana despierta y favorece, no se opone al amor, a la tradición y a las glorias de la propia Patria… El Divino Maestro en persona dio ejemplo de esta manera de obrar, amando con especial amor a su tierra y a su Patria…” (Pío XII). En esa lucha por la restauración de los valores espirituales como condición primera para el ordenamiento del hombre y de la sociedad no descuida las demás actividades humanas. Si da preferencia al espíritu no es porque le desinterese la ignorancia, el hambre, y la miseria, por el contrario, es porque considera con verdad que es el camino más corto y eficaz para curar los males de raíz.
Aquellos movimientos nacionalistas (no pocos desgraciadamente) que circunscribieron su acción al plano económico, terminan colaborando con su enemigo, pese a las buenas intenciones, porque se colocan dentro de la dinámica del materialismo que quiere perfeccionar al alma por el camino de la satisfacción del estómago y de los placeres. Quieren curar la enfermedad combatiendo sus efectos sin atacar su causa. No advierten que la economía es un producto de ka actividad humana, esto es, un efecto y no una causa; la causa es el hombre a quien es necesario volver al orden, a su dependencia y obediencia a su Creador.
“Buscad primero el reino de Dios y Su Justicia, y todas las demás cosas de os darán por añadidura” (San Mateo 6,34).
Triunfante la soberanía del hombre en soberbia oposición a la real soberanía de Dios, su resultado es el desvarío y explotación actuales y la omnipotencia del Estado en algunas regiones y del mercado en tantas otras. Totalitarismos y despotismos en los cuales naufragan las naciones y los pueblos, para mostrarnos nítidamente los dos amores señalados por San Agustín que dijo: “Dos amores fundaron dos ciudades, que son a saber: la terrena, (con) el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios y la celestial, (con) el amor a Dios, hasta llegar al desprecio de sí propio” (“La ciudad de Dios”, Libro XIV, Cap. XVIII).
Es que negando a Dios se quiebra esa vertical de orden y armonía que asegura el orden natural de los amores, enseñado por el mismo doctor de la Gracia: “Ama a tu prójimo; y más que a tu prójimo, ama a tus padres; y más que a tus padres, ama a tu Patria; y más que a tu Patria, ama a Dios”.
Sobre la negación de esta inmutable jerarquía de los amores, ha levantado se trono el hombre moderno que no reconoce nada por encima de él, y por ello se siente sin obligación de servir, ni conoce el verdadero amor. Es el “NON SERVIAN” de Satanás convertido en norma permanente, en rebelarse al “Hijo del Hombre que no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar su vida para redención de muchos” (San Mateo 20,28).
Hemos tratando de distinguir al verdadero nacionalismo de las demás corrientes que enarbolan el mismo pabellón, pero de distinto contenido doctrinario.
Veamos ahora lo que corresponde al nacionalista en el orden personal.
La virtud del patriotismo es esencialmente natural y entonces indiscutiblemente cristiana. Es algo primario e irreducible en el hombre encuadrado en su comunidad natural y en íntima comunión con ella. Una de las consignas de la revolución mundial para esclavizar a las naciones y a los pueblos, fue precisamente matar el patriotismo rebelando al hombre contra la comunidad, encerrándolo en su orgullo solitario, egoísta, con la ilusión de su autarquía, sin ligamentos ni vínculos con la sociedad (liberalismo).
El primero paso de su lucha restauradora, será romper las murallas de su egoísmo y reanudar sus vínculos con la comunidad. El primer combate debe librarlo con la ayuda de la Gracia, al verdadero hombre en la plenitud de dignidad perdida. Esto es el punto de partida, la condición fundamental de su misión histórica; su salvación eterna.
De nada valdrá lanzarse a la lucha contra las corrientes negativas del pensamiento y de la acción revolucionaria que convulsionan al mundo de hoy, si él mismo no está restaurado. Primero: barrer la propia casa; después, luchar para que el vecino la tenga limpia. Estos dos afanes deben estar íntimamente ligados. El hombre no puede salvarse solo. Si nos detenemos en el primer paso para desde nuestro balcón contemplar indiferentes la suerte de la Patria y mi pueblo, quedaría comprometida nuestra propia salvación porque esa egoísta y cobarde actitud importa romper la religación del hombre con Cristo.
Restaurarse significa cargar la cruz; servir antes que ser servido; sentirse siervo y no monarca; criatura no Creador.
Es necesario advertir que el liberal-capitalismo y el comunismo internacionales no son simples ideologías y partidos políticos sino que constituyen en si mismos una herejía. Es decir, que su fundamento es religiosos, y han elaborado sobre esa base, toda una concepción de la historia, del mundo y de la vida que absorbe la totalidad de las actividades humanas: religiosa, filosófica, artística, jurídica, política, educacional, económica, domestica, etc. En una palabra, es una cultura “democrática” que pugna por demoler y reemplazar nuestra tradicional y clásica cultura heleno-romano-cristiana.
El comunismo se presentó precisamente con el engañoso rótulo de una nueva cultura, como una nueva civilización que al faltarle el sustento de la Verdad Absoluta, se precipitó hacia la barbarie. Intentó edificar su sistema de verdades relativas en base a la materia de la cual dependería la felicidad del hombre y confirió a la ciencia y a la técnica el papel mesiánico del paraíso terrenal. El liberalismo es la otra variante materialista que parece haber sustituido a aquel comunismo internacional y ha erigido al mercado como el nuevo dios de la humanidad.
Y hay que reconocer que estos equivocados postulados se encuentran hoy triunfantes en el mundo moderno, incluso en países llamados católicos, o que han tenido circunstancial en el cual los medios de comunicación son instrumentos determinantes.
La única y real oposición a esta peste liberal-marxista hoy autodenominada “progresismo” es de esencia religiosa, porque, tal como vimos, su sustancia es teológica al fin. Los pueblos de raíz musulmana lo tienen muy en claro y volviendo a sus fuentes religiosas están dando un ejemplo de cómo se lucha contra la peste imperialista globalizadota. Los que están como anestesiados y estupidizados, nadando en “democracia” y suicidándose un poco más cada día, son los pueblos de raíz cristiana, como todos los pueblos suramericanos incluyendo al nuestro por supuesto y en primera línea de confusión, imbecilización, corrupción y entrega de lo propio.
La conversión, la “nueva evangelización de América”, la vuelta a las fuentes espirituales y salvíficas, es el camino político determinante de la hora actual, de este nuevo siglo. Que la Palabra vuelva a mandar para que entonces al vino le volvamos a llamar vino y al pan le volvamos a llamar pan.
Para ir logrando estas cosas recordemos que un buen cristiano, un buen nacionalista no es “antiliberal” ni “anticomunista”, en rigor no puede ser “anti” en nada; porque la Verdad no está contra el error sino todo lo contrario. Sería como afirmar que el hombre sano es enemigo del enfermo. Es el error el que está contra la Verdad y toma su apariencia para destruirla. Por eso el Anticristo… El hombre sano no solamente quiere conservar su salud, sino que anhela que el enfermo la recupere; por el enfermo mismo en primer lugar y para que no se produzca epidemia o contagio en segundo lugar si se quiere decirlo así. La actual herejía se apoya en la Verdad; eso sí, no puede existir sin ella; para vaciar su contenido y ofrecer en su engaño una apariencia de orden, justicia y salvación.
Esto significa que el patriota debe permanecer encerrado en si mismo frente al mal que lo devora. La Religión no induce actitudes pasivas, sino de lucha por la perfección y elevación de cada uno, del pueblo y de la Patria, y la vía de la violencia no está excluida en esa lucha, cuando está en juego la salvación eterna. Si así no fuera, no habrían existido, por ejemplo ni las Cruzadas, ni las grandes batallas contra las distintas herejías que fueron apareciendo una tras otra a lo largo de la historia y tantas cruentas guerras, batallas y luchas denodadas en tiempos de una Cristiandad que daba la cara por Cristo y que no se escondía detrás de aflautados cantitos de paz…
El patriota, el católico, el nacionalista debe ordenar su propia afirmación, la de su ser, de su persona, en Cristo. Esto no lo debe olvidar el nacionalista que se dispone como tal a la lucha. Recordemos la ley de los dos termómetros de Donoso Cortés: “Cuando el termómetro religioso está subido, el termómetro de a represión política, la tiranía, está alta” (“Discurso sobre la Dictadura”).
Hoy asistimos al singular espectáculo, propio de estos tiempos, en que los sanos abandonan la salud y el bien, para abrazar el mal, en una ciega actitud suicida. Es que el hombre moderno se ha convertido en un suicida, y esta extraña vocación se hace más visible en las clases dirigentes.
De espala al Ser Supremo, el hombre moderno marcha hacia la nada.
“Toda vida es lucha, -ha dicho Ortega y Gasset- el esfuerzo por ser si misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son, precisamente, lo que despierta y moviliza mis actividades y mis capacidades” (“La Rebelión de las Masas”).
Ya Don Quijote nos había advertido que el camino es mejor que la posada. Para un nacionalista de buen cuño, la condición del hombre, de peregrino en este mundo, cobra todo su dramático significado. No considera que haya llegado a su meta pues no se encuentra en este mundo. Su meta es Dios porque El es el origen. Desde el momento en que el hombre considera que ha llegado a ser o a tener todo lo apetecido o lo que le inducen a consumir, desde ese mismo momento comienza a dejar de ser. Así ocurre con la libertad, así acontece con la Patria.
El verdadero Nacionalismo es la lucha permanente del hombre en procura de la salvación propia y la de sus compatriotas y semejantes, su prójimo. Para ello se debe erigir en defensor inquebrantable de la Verdad.
Los aspectos principales de esta lucha son:
1) Amor y servicio a Dios Nuestro Señor, solicitando siempre la intercesión de María Virgen;
2) Vigilia para preservar el Ser de la Patria, conservando la unidad que parte del pasado histórico y se proyecta sobre el porvenir;
3) Amor, unión y respeto en la Familia;
4) Caridad para con todos los semejantes.
“El hombre no tiene Patria, sino que pertenece a ella: no tiene patriotismo, sino que es patriota”.
La Patria es una comunidad natural, de carácter humano, que tiene por origen, como la Iglesia, el mismo Dios, y su finalidad es la obtención del Bien Común Terrenal, que, en sustancia, es la vida en la verdad que nos hace libres. La Iglesia, por su carácter divino, tiene por misión el bien común sobrenatural, esto es, la salvación de las almas. La Patria nos da vida mortal, la Iglesia, la vida espiritual y eterna.
El amor natural a la Patria es el Patriotismo. Mas este sentimiento no debe llevar al hombre a recluirse en sus fronteras para desde allí mirar con indiferencia la suerte los demás pueblos, sino por el contrario, es un sentimiento abierto en la caridad a la Humanidad. El Cristianismo no puede desinteresarse de la suerte de los otros pueblos, cuyo destino le afecta, le alegra o le entristece.
“La conciencia de una universal solidaridad fraterna, que la doctrina cristiana despierta y favorece, no se opone al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria… El Divino Maestro en persona dio ejemplo de esta manera de obrar, amado con especial amor a su tierra ya su patria y llorando tristemente a causa de la inminente ruina de la Ciudad Santa. Pero el amor a la propia Patria, que con razón debe ser fomentado, no debe impedir, no debe ser obstáculo al precepto cristiano de caridad universal…” (Pío XII – “Summi Pontificatus”).
El amor a la patria es una virtud que nos impone servicio y donación gratuita.
Veamos cuáles son los factores que componen esta comunidad natural que es la Patria, y que no es la simple suma de individuos que habitan en un determinado lugar geográfico:
1) En primer término se encuentra el factor psicológico (valor subjetivo) que puede ser individual o colectivo y variable en su nivel de cultura. Es el que hace que amemos el lugar donde hemos nacido, el barrio o el valle, el paisaje, el clima, las costumbres, el rincón de los recuerdos, las cosas, etc.; lo que ha recibido el nombre de “patria chica”, que estimula nuestras afecciones y enciende nostalgias de ausencia.
2) El segundo es el factor geográfico, que es también natural, más importante que el anterior y estrechamente unido al factor histórico del que ya trataremos. No se trata de un factor puramente físico, sino de todo un conjunto complejo de valores contenido en la naturaleza humana del hombre que habita en determinada región geográfica y que le da su individualidad material y espiritual. Nuestro indio, por ejemplo, es tan argentino como el criollo en cuyas venas puede correr una porción de sangre extranjera.
3) El tercero y más importante es el factor histórico (valor objetivo). Es el que hace que el sentimiento se constituya en conciencia de la misión trascendente del hombre, es decir, lo hace participar en la empresa común de construir el futuro partiendo del pasado, sacrificando no pocas veces su interés personal.
Una Patria, no se hace una vez para siempre, necesita del constante esfuerzo y sacrificio de sus hijos para preservar su ser y proyectarla hacia su destino histórico. Por eso es que el patriotismo, infundido por la caridad, es el elemento dinámico que hace marchar la historia.
“La Historia –dice Pániker- hace cristalizar el pasado en el presente del hombre y lo proyecta hacia su destino de acuerdo con las más profundas raíces de su ser”.
“Ahora bien, si la ley natural nos impone la obligación de amar especialmente y defender al país en que hemos nacido y en que hemos sido criados, hasta el punto de que todo buen ciudadano debe estar dispuesto a arrostrar incluso la misma suerte por su Patria, mucho mayor es la obligación de los cristianos de tener la misma disposición de ánimo con respecto a la Iglesia” (León XIII – Encíclica “Sapientiae Christianae”).
“Por lo demás –continúa León XIII-, si queremos tener un juicio exacto de la materia, el amor sobrenatural de la Iglesia, y el amor natural debido a la Patria son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, porque la causa y el autor de la Iglesia y de la Patria es el mismo Dios. De lo cual se sigue que no puede darse contradicción entre dos obligaciones…”
Quiere decir que el amor a la Iglesia es superior al amor a la Patria y esta supremacía no implica disminución ni contradicción en el orden de los amores, sino jerarquía de valores subordinación y unión.
Es el orden de valores que San Agustín enseñó: “Ama a tu prójimo; y más que a tu prójimo a tus padres; y más que a tus padres, a tu Patria; y más que a tu Patria, a Dios”.
¿Qué es el Nacionalismo?
En estos tiempos en que todo está revuelto en el mundo, desde las almas hasta las cosas –síntoma inequívoco del imperio de Satanás- la impropiedad en el lenguaje es la norma, cuya causa próxima es la confusión de las ideas y los falsos conceptos elaborados por las mentes oscurecidas y desviadas por las pasiones, el término “nacionalista” recibe las más variadas hasta opuestas interpretaciones. Unos lo sitúan en la izquierda y no vacilan en atribuirle parentesco con el Comunismo Internacional, llamándolo con el arbitrario mote de “socialismo nacional”; otros lo identifican con la extrema derecha, pasando por las más variados matices, llamándolo “nazi”, “totalitario”, “fascista”, también “reaccionario” en el sentido en que el marxismo le da a este vocablo. Otros hablan de nacionalismo “popular” para diferenciarlo del que se considera “oligárquico” o “elitista”.
Vivimos tiempos en que el subjetivismo y la opinión individual es el criterio de valor en todo, el sensualismo da el tono a la sociedad y su primogénito es el sentimentalismo. Vivimos la época de la idolatría del hombre. No importa que el ídolo se llame “democracia”, “ciencia”, “libertad”, “progreso”, “Estado”. En el fondo está el hombre que ha desplazado a Dios. Es una época de negación, como si la libertad se configurara en la rebeldía del NO a todo lo que no favorece la preferencia o interés individual.
Se niega la verdad absoluta. No se reconoce no se acata nada que esté fuera del individuo. No se acepta verdad alguna que no se entienda, ni se vea, ni se toque.
Cristo mismo, la suprema Verdad, es entendido según la infinita variedad de capacidades intelectuales. Asistimos a una quiebra generalizada de la Fe como virtud teologal. ¿Puede extrañar entonces que las palabras hayan perdido su sentido y su contenido dado que la Palabra que las sostiene y las nutre no rige ya? Las palabras “libertad”, “paz”, “democracia”, “patria”, “cultura” sin Cristo, han devenido en locura, como lo observó acertadamente Chesterton.
Así se explica que los activistas de izquierda o sus camaradas de ruta. Camuflados de patriotas, ataquen al verdadero nacionalismo porque es su enemigo. Lo que no resulta fácil explicar es el éxito que esa predica encuentra en personas que declaman su oposición al comunismo, que por desgracia, suman legiones de “idiotas útiles” como acertadamente las llamó Lenín.
¿Qué es el Nacionalismo? ¿Un Movimiento que pretende instaurar un nuevo orden social? ¿Un partido político con su filosofía propia y su programa de gobierno? ¿Será acaso la exacerbación viciosa del ‘patriotismo’? ¿O será tal vez la reacción natural del sentimiento nacional-natural herido por las conquistas liberal-marxistas que avasallan las patrias y esclavizan al hombre?
Los grandes movimientos nacionalistas de la historia del siglo XX nacidos en Francia, Italia, Alemania, España, Rumania, etc. no obstante las diferencias fundamentales entre varios de ellos, respondieron al último signo.
Para identificar al verdadero nacionalismo es necesario distinguir el ingrediente fundamental que lo define y lo sitúa entre las demás corrientes de idéntico rótulo y lo preserva de desvíos desnaturalizantes respecto de su misión y finalidad: la defensa de Dios, de la Patria y de su Pueblo.
La Patria tomada como comunidad natural fundada por el mismo Dios, según la definición de S.S. León XIII en su encíclica “Sapientiae Christianae”. Si bien la Patria es una institución de carácter humano, su origen no está en el hombre, y por lo tanto, no está para servir al hombre como último fin sino a su propio fundador. “… Porque la causa y el autor de la Iglesia y de la Patria es el mismo Dios”.
Aquellas doctrinas nacionalistas, que tienen (o tuvieron) por fin último la defensa del Estado o de la nación, desvinculados de la religión católica apostólica romana y cuyo origen podría remontarse a la época de los príncipes feudales que hicieron abandono de Roma, encontraron más tarde su pretendida justificación moral en el postulado hegeliano que sirvió de punto de partida a la doctrina marxista: “El Estado en si y por si, es la totalidad ética, la constitución de la libertad” (Hegel – “Filosofía del Derecho”). Este postulado, triunfante en los momentos del absolutismo del Estado por encima de la Nación, apoya su moral en los hombres sin Dios. De allí el término “totalitarismo” hoy tan de moda y en muchos casos tan impropiamente empleado. (En la actualidad del “totalitarismo” estatal hemos pasado al despotismo brutal del mercado).
Es muy importante tener presente que la Historia no es un proceso infinito como postula la concepción materialista. La historia es una creación de Dios y por lo tanto tiene principio y tendrá fin, y, en su fondo, es el cañamazo en el cual el hombre borda su salvación o condenación eterna. Por consiguiente, la Patria que es fundamentalmente historia, es medio natural y el estímulo espiritual necesario para que el hombre vaya al encuentro de Dios por la senda del sacrificio, de la negación de si mismo.
“El hombre necesita entregarse, salir de si mismo, vencer su egoísmo; necesita en una palabra perderse para encontrarse, negarse para llegar a ser” (Raimundo Pániker – “Patriotismo y Cristiandad”).
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, cargue con su cruz y sígame” (San Mateo – 6,24).
La Iglesia Católica ha reconocido la legitimidad del verdadero nacionalismo y apoya su lucha: “Todas las normas y cuidados que sirven para el desenvolvimiento prudente y ordenado de fuerzas y tendencias particulares y que tienen su raíz en las más recónditas entrañas de toda estirpe, si es que no se oponen a las obligaciones que sobrevienen a la humanidad por la unidad de origen y común destino, la Iglesia las aluda con júbilo y las acompaña con su materno pláceme” (Pío XII – “Summi Pontificatus”).
Y en las directivas dadas a los obispos católicos por S.S. León XIII contra la acción destructora de la Masonería, reclama la colaboración de los patriotas diciendo: “… Grande obra, sin duda, pero en ella será vuestro primer auxiliar y partícipe de vuestros trabajos el Clero, si os esforzáis porque salga bien disciplinado e instruido. Mas empresa tan santa e importante llama también su auxilio el celo industrioso de los laicos que juntando en unos el amor a la religión y en otros el amor a la Patria con su probidad y saber…” (“Humanus Genus”)
El verdadero nacionalista, como reacción contra la penetración disolvente de las doctrinas modernas que han culminado en el comunismo internacional y ahora al parecer en la “globalización” mundialista, llámese Liberalismo, Naturalismo, Panteísmo, Positivismo, Pragmatismo, Existencialismo, Progresismo, etc. lucha por la restauración de los valores espirituales en primer término. Quiere rescatar al hombre actual convertido en una nada colmada de vacío, y con él a la Patria, y ambos para Cristo. No espera el éxito porque no depende de él, sino de Dios.
“Combate por la justicia hasta la muerte, porque Dios peleará por ti contra tus enemigos, y los arrodillará” (“Eclesiástico 4,33).
No es una reacción que se encierra en las fronteras de la Nación, para desde allí mirar con indiferencia la suerte de los otros países. Su alma tensa está inflamada de Caridad, apoyándose en las particularidades nacionales que lejos de disolver sus caracteres en su proyección universal, se afirman y glorifican al particular de la verdad de su misión histórica.
“La conciencia de una universal solidaridad fraterna, que la doctrina cristiana despierta y favorece, no se opone al amor, a la tradición y a las glorias de la propia Patria… El Divino Maestro en persona dio ejemplo de esta manera de obrar, amando con especial amor a su tierra y a su Patria…” (Pío XII). En esa lucha por la restauración de los valores espirituales como condición primera para el ordenamiento del hombre y de la sociedad no descuida las demás actividades humanas. Si da preferencia al espíritu no es porque le desinterese la ignorancia, el hambre, y la miseria, por el contrario, es porque considera con verdad que es el camino más corto y eficaz para curar los males de raíz.
Aquellos movimientos nacionalistas (no pocos desgraciadamente) que circunscribieron su acción al plano económico, terminan colaborando con su enemigo, pese a las buenas intenciones, porque se colocan dentro de la dinámica del materialismo que quiere perfeccionar al alma por el camino de la satisfacción del estómago y de los placeres. Quieren curar la enfermedad combatiendo sus efectos sin atacar su causa. No advierten que la economía es un producto de ka actividad humana, esto es, un efecto y no una causa; la causa es el hombre a quien es necesario volver al orden, a su dependencia y obediencia a su Creador.
“Buscad primero el reino de Dios y Su Justicia, y todas las demás cosas de os darán por añadidura” (San Mateo 6,34).
Triunfante la soberanía del hombre en soberbia oposición a la real soberanía de Dios, su resultado es el desvarío y explotación actuales y la omnipotencia del Estado en algunas regiones y del mercado en tantas otras. Totalitarismos y despotismos en los cuales naufragan las naciones y los pueblos, para mostrarnos nítidamente los dos amores señalados por San Agustín que dijo: “Dos amores fundaron dos ciudades, que son a saber: la terrena, (con) el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios y la celestial, (con) el amor a Dios, hasta llegar al desprecio de sí propio” (“La ciudad de Dios”, Libro XIV, Cap. XVIII).
Es que negando a Dios se quiebra esa vertical de orden y armonía que asegura el orden natural de los amores, enseñado por el mismo doctor de la Gracia: “Ama a tu prójimo; y más que a tu prójimo, ama a tus padres; y más que a tus padres, ama a tu Patria; y más que a tu Patria, ama a Dios”.
Sobre la negación de esta inmutable jerarquía de los amores, ha levantado se trono el hombre moderno que no reconoce nada por encima de él, y por ello se siente sin obligación de servir, ni conoce el verdadero amor. Es el “NON SERVIAN” de Satanás convertido en norma permanente, en rebelarse al “Hijo del Hombre que no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar su vida para redención de muchos” (San Mateo 20,28).
Hemos tratando de distinguir al verdadero nacionalismo de las demás corrientes que enarbolan el mismo pabellón, pero de distinto contenido doctrinario.
Veamos ahora lo que corresponde al nacionalista en el orden personal.
La virtud del patriotismo es esencialmente natural y entonces indiscutiblemente cristiana. Es algo primario e irreducible en el hombre encuadrado en su comunidad natural y en íntima comunión con ella. Una de las consignas de la revolución mundial para esclavizar a las naciones y a los pueblos, fue precisamente matar el patriotismo rebelando al hombre contra la comunidad, encerrándolo en su orgullo solitario, egoísta, con la ilusión de su autarquía, sin ligamentos ni vínculos con la sociedad (liberalismo).
El primero paso de su lucha restauradora, será romper las murallas de su egoísmo y reanudar sus vínculos con la comunidad. El primer combate debe librarlo con la ayuda de la Gracia, al verdadero hombre en la plenitud de dignidad perdida. Esto es el punto de partida, la condición fundamental de su misión histórica; su salvación eterna.
De nada valdrá lanzarse a la lucha contra las corrientes negativas del pensamiento y de la acción revolucionaria que convulsionan al mundo de hoy, si él mismo no está restaurado. Primero: barrer la propia casa; después, luchar para que el vecino la tenga limpia. Estos dos afanes deben estar íntimamente ligados. El hombre no puede salvarse solo. Si nos detenemos en el primer paso para desde nuestro balcón contemplar indiferentes la suerte de la Patria y mi pueblo, quedaría comprometida nuestra propia salvación porque esa egoísta y cobarde actitud importa romper la religación del hombre con Cristo.
Restaurarse significa cargar la cruz; servir antes que ser servido; sentirse siervo y no monarca; criatura no Creador.
Es necesario advertir que el liberal-capitalismo y el comunismo internacionales no son simples ideologías y partidos políticos sino que constituyen en si mismos una herejía. Es decir, que su fundamento es religiosos, y han elaborado sobre esa base, toda una concepción de la historia, del mundo y de la vida que absorbe la totalidad de las actividades humanas: religiosa, filosófica, artística, jurídica, política, educacional, económica, domestica, etc. En una palabra, es una cultura “democrática” que pugna por demoler y reemplazar nuestra tradicional y clásica cultura heleno-romano-cristiana.
El comunismo se presentó precisamente con el engañoso rótulo de una nueva cultura, como una nueva civilización que al faltarle el sustento de la Verdad Absoluta, se precipitó hacia la barbarie. Intentó edificar su sistema de verdades relativas en base a la materia de la cual dependería la felicidad del hombre y confirió a la ciencia y a la técnica el papel mesiánico del paraíso terrenal. El liberalismo es la otra variante materialista que parece haber sustituido a aquel comunismo internacional y ha erigido al mercado como el nuevo dios de la humanidad.
Y hay que reconocer que estos equivocados postulados se encuentran hoy triunfantes en el mundo moderno, incluso en países llamados católicos, o que han tenido circunstancial en el cual los medios de comunicación son instrumentos determinantes.
La única y real oposición a esta peste liberal-marxista hoy autodenominada “progresismo” es de esencia religiosa, porque, tal como vimos, su sustancia es teológica al fin. Los pueblos de raíz musulmana lo tienen muy en claro y volviendo a sus fuentes religiosas están dando un ejemplo de cómo se lucha contra la peste imperialista globalizadota. Los que están como anestesiados y estupidizados, nadando en “democracia” y suicidándose un poco más cada día, son los pueblos de raíz cristiana, como todos los pueblos suramericanos incluyendo al nuestro por supuesto y en primera línea de confusión, imbecilización, corrupción y entrega de lo propio.
La conversión, la “nueva evangelización de América”, la vuelta a las fuentes espirituales y salvíficas, es el camino político determinante de la hora actual, de este nuevo siglo. Que la Palabra vuelva a mandar para que entonces al vino le volvamos a llamar vino y al pan le volvamos a llamar pan.
Para ir logrando estas cosas recordemos que un buen cristiano, un buen nacionalista no es “antiliberal” ni “anticomunista”, en rigor no puede ser “anti” en nada; porque la Verdad no está contra el error sino todo lo contrario. Sería como afirmar que el hombre sano es enemigo del enfermo. Es el error el que está contra la Verdad y toma su apariencia para destruirla. Por eso el Anticristo… El hombre sano no solamente quiere conservar su salud, sino que anhela que el enfermo la recupere; por el enfermo mismo en primer lugar y para que no se produzca epidemia o contagio en segundo lugar si se quiere decirlo así. La actual herejía se apoya en la Verdad; eso sí, no puede existir sin ella; para vaciar su contenido y ofrecer en su engaño una apariencia de orden, justicia y salvación.
Esto significa que el patriota debe permanecer encerrado en si mismo frente al mal que lo devora. La Religión no induce actitudes pasivas, sino de lucha por la perfección y elevación de cada uno, del pueblo y de la Patria, y la vía de la violencia no está excluida en esa lucha, cuando está en juego la salvación eterna. Si así no fuera, no habrían existido, por ejemplo ni las Cruzadas, ni las grandes batallas contra las distintas herejías que fueron apareciendo una tras otra a lo largo de la historia y tantas cruentas guerras, batallas y luchas denodadas en tiempos de una Cristiandad que daba la cara por Cristo y que no se escondía detrás de aflautados cantitos de paz…
El patriota, el católico, el nacionalista debe ordenar su propia afirmación, la de su ser, de su persona, en Cristo. Esto no lo debe olvidar el nacionalista que se dispone como tal a la lucha. Recordemos la ley de los dos termómetros de Donoso Cortés: “Cuando el termómetro religioso está subido, el termómetro de a represión política, la tiranía, está alta” (“Discurso sobre la Dictadura”).
Hoy asistimos al singular espectáculo, propio de estos tiempos, en que los sanos abandonan la salud y el bien, para abrazar el mal, en una ciega actitud suicida. Es que el hombre moderno se ha convertido en un suicida, y esta extraña vocación se hace más visible en las clases dirigentes.
De espala al Ser Supremo, el hombre moderno marcha hacia la nada.
“Toda vida es lucha, -ha dicho Ortega y Gasset- el esfuerzo por ser si misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son, precisamente, lo que despierta y moviliza mis actividades y mis capacidades” (“La Rebelión de las Masas”).
Ya Don Quijote nos había advertido que el camino es mejor que la posada. Para un nacionalista de buen cuño, la condición del hombre, de peregrino en este mundo, cobra todo su dramático significado. No considera que haya llegado a su meta pues no se encuentra en este mundo. Su meta es Dios porque El es el origen. Desde el momento en que el hombre considera que ha llegado a ser o a tener todo lo apetecido o lo que le inducen a consumir, desde ese mismo momento comienza a dejar de ser. Así ocurre con la libertad, así acontece con la Patria.
El verdadero Nacionalismo es la lucha permanente del hombre en procura de la salvación propia y la de sus compatriotas y semejantes, su prójimo. Para ello se debe erigir en defensor inquebrantable de la Verdad.
Los aspectos principales de esta lucha son:
1) Amor y servicio a Dios Nuestro Señor, solicitando siempre la intercesión de María Virgen;
2) Vigilia para preservar el Ser de la Patria, conservando la unidad que parte del pasado histórico y se proyecta sobre el porvenir;
3) Amor, unión y respeto en la Familia;
4) Caridad para con todos los semejantes.
Lic. Nicolás Carrizo
Presidente
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Magnifico articulo que deja bien en claro que nuestros valores, perennes e inmutables son, primero Dios y segundo la Patria, y luego lo demas.
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